El problema filosófico de la Educación

Fragmentos de la obra Educación y Plenitud Humana del Profesor Juan Mantovani. Tercera edición, editada por “El Ateneo” , Buenos Aires,  Año 1947

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 En nuestra época comienza a preocupar la educación como problema. Anteriormente sólo interesó como hecho resuelto dentro de un marco rígido de categorías fijas. No sobresale hoy como realización sometida a líneas definitivas ni como ensayo que intenta el hallazgo de tales líneas y soluciones.

Interesa como problema, es decir, como reflexión pura más que como  hecho genérico de la educación.

¿Existe un problema  de la educación?  ¿No será vanidosa actitud mental la  de considerar la educación como realidad problemática, para asignar a la disciplina que de ella se ocupa una altísima jerarquía filosófica?

Existe este problema. Aparentemente, la educación se reduce a hechos y procesos visibles. Pero detrás de ellos, hay circunstancias y relaciones invisibles, que influyen poderosamente en su exteriorización, cuyo fondo y naturaleza es necesario analizar e interpretar.

Existe escondido en las intimidades de los hechos pedagógicos  un cúmulo de numerosos e inquietantes problemas  de naturaleza teórica, previos a toda actitud práctica .Se carece, ordinariamente, de la conciencia problemática frente  al tema de la educación. Para las mentes dogmáticas, que son las más comunes, casi no existen problemas pedagógicos. Todo está resuelto o es susceptible de resolverse.

Sólo los espíritus  críticos encuentran interrogantes en esta materia. Para ellos, poco se  sabe, casi todo debe resolverse y mucho no es ni siquiera susceptible de solución práctica sin una intensa elaboración especulativa, un esfuerzo de pura contemplación, preliminar a toda praxis.

El educador consciente debe tomar posturas mentales previas, si quiere resolver con acierto los problemas prácticos de su actividad docente y escolar. Aquí no expondremos ni la faz técnica ni el aspecto meramente científico de la educación, que son derivaciones del concepto que se tiene de la misma. Eludiremos la corriente creencia que ve el hecho educativo  como un hecho sometido a leyes y principios invariables y obedientes a soluciones dadas. Penetraremos, en cambio, en el sentido problemático de la educación. Así haremos de una  cuestión de hecho, una mera cuestión de derecho.

El filósofo Kant, ya en su tiempo, definía la educación como problema: el mayor y más difícil que puede ser planteado a los hombres.

¿Se sabe en forma cierta y definitiva qué es la educación?

Es decir ¿se  puede sentar un concepto eterno e irrebatible sobre ella? Si no se sabe lo qué es,  ¿cómo puede realizarse o estimularse? ¿No  ocurre, acaso, que cuando se la supone lograda como algo cierto y efectivo, sólo se asiste a un intento vano e imposible? ¿Realizan los educadores, mediante una ley propia, la educación de los demás, o es la ley íntima de cada ser en formación la que rige ese desenvolvimiento que se denomina educación?

Se lanzan estos interrogantes, no para expresar a continuación la respuesta.   No hay una respuesta para cada uno. Son problemas insolubles, como todos los filosóficos, pero de existencia eterna, porque son ineludibles y ante los cuales hay que reaccionar con un firme actitud mental. (1)

Esta actitud mental previa ilumina el camino de las actividades prácticas. Arbitrarias serían éstas sin el juego de razones y fundamentos teóricos que le crea aquélla. No sólo corresponde practicar la educación, sino también pensarla, porque el pensar puede modificar, afirmar o negar la acción. De donde resulta que esa preliminar especulación sobre tan magno problema, que aparentemente parece inútil, se convierte en una noble utilidad, porque traza rectas direcciones a la más humana de las empresas. La filosofía adquiere así aplicación.

“La filosofía se recobra a sí misma – ha dicho John Dewey- cuando deja de ser un invento para tratar de los problemas de los filósofos y se convierte en un método, cultivado por éstos para afrontar los problemas de los hombres” (2)

Cuando la filosofía permanece en el plano abstracto pierde interés y fuerza, más no cuando se buscan sus consecuencias pedagógicas, morales, artísticas, políticas y económicas.

Necesitamos, antes que nada, una intuición del problema educativo. Los dogmáticos no la reclaman. Ellos saben, mediante una afirmación anticrítica, qué es la educación y cómo  deben realizarla. Espíritus tranquilos y pasivos, aceptan lo que reciben elaborado, sin mayor análisis ni examen, y rehuyen la exigencia problemática. Reducen la educación a leyes rígidas, como si fuera un hecho de la naturaleza física.

Nuestro tema no encierra un cúmulo clarísimo de cosas hechas, de hechos. Contiene cosas sabidas y cosas ignoradas, verdades y dudas, interrogantes y afirmaciones, soluciones que ayer fueron válidas y que no satisfacen hoy; sobre todo esconde una poderosa ansiedad de interpretar lo educativo  a la luz de las nuevas direcciones filosóficas, de las florecientes formas de cultura y de las nuevas afirmaciones acerca de la naturaleza del hombre.

Los más grandes pedagogos son, prácticamente, aquellos que no han intentado construir una pedagogía con validez universal. La educación es un problema humano que alude a la existencia de los hombres, no sólo como individuos, sino también como seres de comunidad, Pero la comunidad es algo que cambia constantemente, Sufre limitaciones señaladas por características de espacio y tiempo. Cada época, al crear su cultura, va diseñando un tipo humano, una imagen especial de hombre. Esa imagen genera una teoría de la educación, y de cada teoría educativa fluye un sistema pedagógico derivado. Cuánto se elevaría la educación si el maestro escolar, el técnico didáctico, llevase  constantemente en su espíritu la certeza de que esa tarea práctica que realiza cotidianamente, se liga a una teoría  de la educación que, a su vez, ha nacido de una manera de concebir toda la existencia humana.

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 La educación pasada, aún imperante en muchos aspectos, favoreció el desarrollo parcial del hombre. La educación  nueva es una suprema aspiración para realizar un ideal de plenitud humana, como aconteció en las épocas históricas de gran cultura.

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(1) Platón ha dicho que el  problema, el asombrarse, es el origen de la filosofía. Simmel afirma: «Es un  prejuicio totalmente absurdo creer que todos los conflictos  y problemas existen para ser resueltos». Ortega y Gasset caracteriza de este modo el sentido del problema: «Donde no hay problema no hay angustia, pero donde no hay angustia no hay vida humana».

(2) J. Dewey: Pedagogía y Filosofía. Ed. Beltrán Madrid

 

 

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