Coordinación entre Primaria y Secundaria

Fragmentos de la publicación Coordinación entre Primaria y Secundaria del Subinspector Departamental de Enseñanza Primaria de Montevideo Maestro Julio Castro .

Imprenta Nacional Año 1949

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El tránsito de enseñanza primaria a enseñanza secundaria es un ya viejo y debatido asunto en el mundo educacional. Constituye un problema que se ramifica en varios aspectos: el modo de ingreso (promoción o examen); la capacidad o incapacidad de los escolares en el primer año de liceo; las finalidades perseguidas por una y otra enseñanza, etc.

Tiene la particularidad esta cuestión, de poner en competencia y frente a frente a dos profesorados distintos, a dos instituciones, y en buena parte, a dos modos de concebir la universalidad de la enseñanza. Por eso, más que a la dilucidación objetiva del problema, los esfuerzos tienden a afirmar posiciones rivales y en lugar de colaboradores son contendores los que se colocan frente a frente para competir, en la búsqueda de la verdad que por lo mismo siempre resulta verdad a medias.

Una prueba de esto es el trabajo del profesor Alberto Reyes Thévenet,  Director del Liceo Miranda, publicado recientemente bajo el título de “Pedagogía Homicida”, y que motiva – sin intención de réplicas- este intento por situar el problema en lo que consideramos sus justos términos.

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(1)      Hay ahora un esfuerzo interesante con propósitos de coordinación.  Los directores de las distintas ramas  de la educación, tenemos entendido, trabajan actualmente es ese sentido.

               UN DUALISMO ARTIFICIAL: PRIMARIA- SECUNDARIA

 Hoy se libra en torno a Secundaria, la misma campaña que en el año 68 inició Varela a favor de la enseñanza primaria: la de exigir que el Liceo sea para todos.

Ochenta años después de aquello, la universalidad lograda para la enseñanza escolar, es, en los hechos, una aspiración no cumplida para la enseñanza media. Apenas la población liceal en todo el país alcanza a un 14.18 %  de la población escolar. Lo que prueba que “el liceo para todos” sigue siendo una generosa aspiración que todavía está muy lejos de concretarse en realidad.

Este nuevo concepto  de la universalidad de la enseñanza media – nuevo entre nosotros; viejo ya en países más evolucionados- ha cambiado también los fines del ciclo secundario.  Antes el liceo era la antesala de la Universidad; la preparación para la carrera liberal; el organismo encargado de seleccionar para el profesionalismo. En definitiva, constituía un organismo de selección de capacidades y, también hay que reconocerlo, de selección de clases sociales.

En ese sentido el liceo clásico que agrupaba en sus aulas a los hijos de los doctores, para hacer de ellos doctores también, cumplía estrictamente con su finalidad, ajustando su función a un riguroso criterio selectivo. Porque no era liceo para todos, sino para una élite social e intelectual.

Lógico es comprender que el criterio pedagógico que debía ajustarse a tal finalidad, era también el de selectividad, por el rendimiento cuantitativo. Los alumnos liceales, futuros doctores –como diría José Pedro Varela- no sólo debían ser los mejor nacidos desde el punto de vista de la cultura, sino además los más capaces. La exaltación de cada alumno hacia el ideal del niño prodigio, era lo lógico y lo deseable.

Pero los tiempos han cambiado. Una necesidad creciente ha hecho que la enseñanza secundaria, en pos de la primaria, se extienda ahora con igual grado de universalidad que aquélla. Hoy no se concibe un ciclo completo de cultura elemental sin el aporte del liceo. Y cualquier padre sabe que si no manda a su chico a cumplir estudios post escolares, de los cuales el liceal es el más general, está desertando de su deber de dar educación a sus hijos.

Fácil es comprender que cambiando así tan fundamentalmente la naturaleza del liceo, al transformarse sus fines, tiene la institución que sufrir una transformación integral. De lo contrario, contenidos nuevos vienen a llenar inadaptables moldes anticuados. En el viejo concepto, el mejor liceo era el que sacrificaba más niños, pero que lograba mayor número de sobresalientes. En el concepto actual sucede cosa distinta: es el mejor y el más meritorio el liceo que lucha contra la desigualdad cultural buscando la formación del mayor número, aún en detrimento de la sabiduría académica de los menos.

Mientras no se comprenda esto, no se habrá logrado el primer paso que encamine a una correcta ubicación en el problema éste del tránsito de primaria a secundaria.

Esta transformación del liceo puede expresarse así en su relación con la escuela primaria: antes a los mejores alumnos de primaria eran a quienes correspondía ingresar al liceo. Ahora todos los alumnos de primaria deben continuar en el liceo. (1). La función selectiva que realizó el liceo al tomar este sentido de universalidad, debe pasar a períodos posteriores de la enseñanza ya orientados al profesionalismo: los cursos preparatorios y los de las facultades.

Este es el primer punto de divergencia que separa a maestros de profesores –en la opinión corriente- al discutir este asunto: el maestro que se ha formado y ha vivido frente al concepto de universalidad de la enseñanza escolar, quiere transportarlo al liceo. El profesor, en cambio, que se ha formado en el criterio de la selectividad cuantitativa, resiste a abrir los agujeros del colador por el que pasarán los alumnos en el tránsito de la escuela al liceo. Esto dicho como acotación al margen de una disputa de la que somos ajenos.

Cuando la escuela era  para todos  y el liceo para los más capaces solamente, justo y lógico resultaba que las instituciones Primaria y Secundaria fuesen independientes una de otra.  Había una desarticulación necesaria en ambos ciclos, porque las finalidades eran distintas; porque las técnicas eran naturalmente diferentes, también. Había una correspondencia entre la función y el organismo. A funciones distintas, a finalidades distintas, organismos distintos.

Lo malo es que ahora con la transformación que ha sufrido el liceo, las finalidades de éste y las de la escuela son casi las mismas y en cambio, los organismos, siguen diferenciados y sin conexiones efectivas.

Hay en este momento desde el punto de vista de las funciones y los fines, una casi total identidad entre la escuela y el liceo. Y sin embargo, desde el punto de vista de las instituciones, la diferencia entre  una y otra es total. Diferencia que se manifiesta en dos organismos directivos distintos y autónomos; en profesorado diferente, en programas que no tienen ninguna coordinación; en modos de vida escolar, de disciplinas, de prácticas y técnicas también diferentes e independientes.

Sin embargo, las dos instituciones cumplen las mismas finalidades educativas, con los mismos alumnos. Y es el niño en la peor época de su vida, el que debe resistir y superar los choques, las torsiones, las fracturas, que surgen de la diferencia de instituciones, de personas, de planes, de fines y modos de vida, que le impone el pasaje de la escuela al liceo.

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(1) Decimos el liceo, en grado de generalidad. Lo mismo da liceo que enseñanza industrial, que profesional, para post- graduados de la escuela. Lo que queremos señalar es que el liceo perdió ya su carácter de enseñanza “para seguir una carrera”

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                       HACIA   POSIBLES   SOLUCIONES

 Sin aspirar a un análisis exhaustivo del asunto, se ha  pretendido en este trabajo, demostrar que los fracasos en el tránsito de primaria a secundaria, -fracasos que no debemos disimular-  son,  no sólo lógicos sino inevitables, dentro de la inconexión actual de ambas enseñanzas; que en estas condiciones, los resultados no pueden ser otros.

El enfoque real del problema, en vista a mejores soluciones, no puede ser, sin interiorizar y esterilizar esfuerzos, el trillado camino de la polémica entre maestros y profesores y el mutuo echarse las culpas unos a otros. Hay un hecho claro, clarísimo, que debe servir de punto de partida: el alumno, en todo su proceso educativo, es una continuidad  que avanza desde la clase jardinera hasta el fin del liceo. Ese proceso sin embargo, está hoy fraccionado como si fuera dos trozos de carretera unidos por un puente roto. Y la verdad es que en vez de arreglar el puente exigimos a los niños que lo salven como puedan.

Y todavía nuestra miopía nos lleva a culpar a los que caen, sin detenernos a pensar que los que estamos en déficit somos nosotros, los educadores. Que no hemos sido capaces de concebir una organización educacional adecuada  al desenvolvimiento de los alumnos, mientras exigimos todavía que los alumnos violenten su proceso formativo  para ajustarse a nuestras inadecuadas instituciones.

De  ahí que frente a la “Pedagogía Homicida” que condena el profesor Reyes Thévenet, – aceptemos aunque en beneficio de inventario- su afirmación de que es muy alto el número de fracasos  en primer año liceal, porque lo consideramos un hecho incontrovertible;

–  rechacemos por inocente, la solución de aumentar en un año los cursos escolares,

– rechacemos también, la supuesta necesidad de que el liceo debe tener  “exigencias” – ¿examen?- para el ingreso a sus cursos;

-aceptemos por verdadera y por feliz la afirmación de que “entre dos mundos aparte, la escuela y el liceo, hay que dar con trampolín, un salto en el vacío, que para muchos termina con un viaje a la luna, donde, a falta de oxígeno propicio, mueren”. Claro que de ahí no puede sacarse la conclusión de que al oxígeno sólo lo puede proporcionar el liceo. Si hay coordinación de programas, de estudios, y de profesores, no habrá salto y nadie se quedará en la luna.

Como líneas generales para la solución del problema pueden recomendarse éstas:

1º   La revisión de los programas y planes de estudio por una Comisión mixta de maestros y profesores con el fin de ensamblar y coordinar las enseñanzas escolar y liceal. Esta revisión deberá hacerse especialmente en los años 5º y 6º escolares y 1º y 2º liceales. (1)

2º   Modificar el actual sistema de un maestro único, para todo, en 6º año y múltiples profesores, uno para cada materia, en 1º y  2º liceales. Esa modificación se puede iniciar en la escuela introduciendo en las actividades actuales algunas modificaciones. Por ejemplo, que en aquellas escuelas que tienen más de un 6º año, los maestros tomen a su cargo algunas asignaturas en todos los grupos; o que intervengan en la enseñanza, en los últimos años, mayor número de profesores especializados. En el liceo esta labor se puede continuar reuniendo las materias del programa por grupos de afinidad y encomendando la enseñanza de cada grupo de materia a un profesor. El profesor estaría así mayor tiempo con sus alumnos y la enseñanza ganaría en coherencia y coordinación.

3º   Crear la carrera del profesorado secundario, de modo que se garantice, por estudios sistemáticos, la preparación docente del profesor. En el caso de los profesores actuales exigirles cursos obligatorios de capacitación pedagógica.

4º   Convendría, claro está,  una mayor coherencia orgánica entre los distintos organismos que dirigen la enseñanza. Pero esta modificación excede las posibilidades y jurisdicciones de los actuales organismos, por ser  de competencia legislativa.

5º    Una  reforma de esta naturaleza podría ensayarse previamente en liceos experimentales  que adoptasen el nuevo plan y lo realizasen a manera de ensayo. De adoptarse tal método de trabajo sería conveniente que estos liceos experimentales estuviesen ubicados en:

un barrio residencial de la Capital

un barrio obrero de la Capital

una capital de Departamento

un pueblo del Interior

a los efectos de poder estudiar los resultados de esta reforma parcial en todo el país.

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(1) Esta revisión de programas deberá tener en cuenta especialmente el nuevo carácter que ha tomado la enseñanza secundaria al convertirse en enseñanza para todos. Esta transformación deberá  convertir al liceo en menos académico y más ajustado a las exigencias  de una educación popular, proporcionando técnicas de valor práctico que inicien a los alumnos en las exigencias reales de la vida.

Además debe tender a dar al liceo mayores contenidos de orden social. El liceo ahora, disponiendo de un elemento humano en la mejor edad para realizar actividades que se proyecten fuera de la casa, no hace nada para contribuir al desarrollo y  mejoramiento social del medio ni para formar en sus alumnos principios de solidaridad humana que se cimenten  sobre hechos que los propios muchachos vivan. No se concibe, en nuestro país y en nuestro tiempo que se formen seres cultos sin un sentido muy definido de sus deberes de militancia y de contribución al bien común.

 

 

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