Las puertas abiertas

Editorial de la Revista Rumbo Nº 2, Octubre – Noviembre de 1961

Se pregunta el maestro muchas veces si es ciertamente posible que su acción de educador pueda conducir al necesario cambio social, es decir, si la escuela puede constituirse en factor decisivo de transformación.

Se pregunta si el contraste entre el presente y el futuro puede desaparecer por el empuje de una educación al servicio de la comunidad.

En definitiva, se pregunta si su prodigación docente y social tiene alguna perspectiva de éxito.

 Estas interrogantes están cargadas de angustia, a causa de la urgencia y gravedad de los problemas, por tener que ver con el destino profesional del mismo maestro y por estar en juego todo el futuro de una concepción de la escuela rural. En una sociedad en crisis, llevan la peor parte quienes quieren ver claras las razones de la crisis para eliminarlas o superarlas.

 Lo que importa no es tanto saber si los afanosos esfuerzos de todos los días tienen un sentido positivo. De esto no cabe duda. Pero si se trata de saber si alcanzan, si ellos son razón suficiente para la esperanza, si tales esfuerzos unidos a otros, día tras día, orientados por un sentido nuevo de la educación, pueden cambiar definitivamente el rumbo de nuestra sociedad campesina.

Los mejores maestros de la República están haciendo de su escuela una escuela de comunidad, es decir, una escuela de puertas abiertas a la vida que la rodea. Por esa puerta entra desafiante la visión de un campo contradictorio, en el que la riqueza es tan ofensiva como la pobreza, en el que la abundancia y el hombre conviven, en el que las promesas son tantas como las frustraciones. Por esa misma puerta abierta de la escuela campesina salen, en respuesta al desafío, estímulos y arengas, iniciativas, proyectos, desesperados esfuerzos del maestro por incitar a la comunidad a tomar con decisión las riendas de su destino.

 Aquí y allá, el mapa escolar registra en sus cuatro puntos cardinales la lucha de los maestros rurales uruguayos. A veces se trata de un hombre o una mujer aislados,  en lucha desigual contra un sistema. A veces es algo más, un equipo profesional imbuido de ideas nuevas, frente a una trama de tradiciones e intereses. En el mejor de los casos, ya se ve la figura del educador trascendida por la de la comunidad que avanza a su propio ritmo. Son manifestaciones de una corriente educacional alentada por una necesidad profunda de renovación, hostilizada consciente o inconscientemente por todos los que tremen esa renovación.

 ¿Cuál podrá ser la suerte de esta filosofía educativa, de estos maestros, de estas escuelas de puertas abiertas a la vida, en una sociedad compleja, donde los problemas humanos tienen que ver con la economía, con la salud, con la estructura general, tanto como con la educación?

 Las sociedades más avanzadas no han dejado sola a la educación y han estimulado su desarrollo junto al de la economía agraria y al de los servicios sociales en general. Cada vez se sabe con mayor certeza que el progreso se acelera si los problemas son atacados simultánea y enérgicamente.

 De ahí la necesidad de que nuestros maestros, nuestros dos mil maestros campesinos cuya lucha apunta ambiciosamente y sin desmayos hacia el futuro, sean conscientes de que su obra es de pioneros, de que alguna vez no estarán solos, de que día llegará en que la educación deje de ser la única herramienta, para ser parte de mecanismos  amplios y generosos  de transformación social.

 De ahí también la necesidad de que donde y cuando les sea  posible establezcan vínculos con quienes, como ellos, trabajan por una campaña diferente. Formar equipo, distribuirse la tarea, fortalecerse mutuamente, son modos de superar la soledad y la angustia y de preparar el camino para una nueva política social de acción polivalente y simultánea.

 Lo que hoy estamos haciendo los maestros, con ser mucho, no alcanza a sacudir las bases económicas y sociales de nuestra vida rural pero sí alcanza a sacudir las conciencias, a crear las actitudes espirituales y las apetencias que han de hacer realidad todos los cambios soñados. Si cada una de nuestras acciones es una exigencia a la fe de los hombres, esa fe surgirá y actuará.

 Nos consta que la educación no es suficientemente poderosa para garantizar el bienestar humano. Pero también nos consta que sin ella, sin este vigoroso llamado que hoy brota de nuestras escuelas, sin esta etapa de lucha en que hoy se prodigan los maestros uruguayos, la sociedad más justa y feliz que deseamos no tendrá cimiento en que apoyarse.

 Las puertas de la escuela abiertas a la vida constituyen hoy la única esperanza posible para millares de campesinos. No las cerraremos. Ni en esta hora que es todavía de combate, ni en aquélla, gozosa, en que a través de esas mismas puertas abiertas podamos ver la imagen de la verdadera vida campesina.

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