A propósito de la obra La Enseñanza Primaria en el Medio Rural, de Agustín Ferreiro

Nota: Este trabajo fue presentado por el Inspector Regional Maestro Luis Alberto Causa en oportunidad de recordarse el 90 aniversario de la Ley de Educación Común, el 24 de agosto de 1967, y estaba dirigido a los maestros concursantes. Esta publicación no fue corregida por el autor.

 

Esta es una tarea para la que no tengo ni vocación ni aptitudes, pero accedí a ella porque creí que en alguna medida podía ser útil, por haber convivido profesionalmente con Agustín Ferreiro, y porque este trabajo (La Enseñanza Primaria en el Medio Rural) apareció cuando yo hacía mis primeras armas en el Magisterio, es decir cuando estaba casi en la situación que están ustedes ahora.

No pretendo, ni tampoco  me lo propongo, agotar el tema. Creo que un valor muy estimable del trabajo de un concursante es que ese trabajo revele la individualidad y la personalidad del concursante.

Todo lo que sea exteriorización de memorizaciones carece de valores auténticos, lo que no supone que en la formación de un concepto o en la formación de una opinión cada uno de nosotros busque los elementos de juicio de quienes por su experiencia, o por su saber, pueden aportarnos materiales para la formación de ese concepto.

De manera que lo que me propongo acá es ayudarles a situarse frente a la obra para poder comprenderla en primer término y luego evaluarla.

Decía Krishnamurti, ante los libros que leemos y en las conferencias que escuchamos  podemos adoptar dos actitudes: simultáneamente a la lectura o a la audición de la conferencia, ir haciendo la réplica; la otra, la que parece más útil, es la de tratar de comprender al autor, o al que da la conferencia, colocarnos en el ángulo en que él se coloca, y en la posición en que él se coloca y después que hemos aprehendido el contenido de los que se nos quiso dar, formular nuestro juicio crítico, de acuerdo a nuestra opinión o de acuerdo a nuestro deseo.

Agustín Ferreiro

Parecería elemental que para poder comprender una obra que fue escrita hace ya casi treinta años, son necesarios algunos datos sobre el autor, y ubicarnos en el momento y en las circunstancias en que la obra fue escrita, por cuanto algunas de las ideas que ella encierra pudieron tener vigencia en aquel momento y no tenerlas en éste.

Ferreiro fue un maestro excepcional y original, más importante esto último que  lo primero. Conoció el panorama integral de la situación educativa del país. Empezó como maestro y terminó como Consejero de Enseñanza. Cuando escribió esta obra ya era Inspector.

Oriundo de Montevideo, trabajó en los distintos cargos en todas partes del País. Estaba empapado de nuestra realidad nacional por haberla vivido.

Fue un  penetrante observador de cosas, de personas y de hechos. Todo concitó su atención; todo provocaba su reflexión. Ferreiro vivió pensando y observando permanentemente. Cualquier lugar le era oportuno: el aula, la charla con los amigos, la mesa del café, cualquier lugar le era oportuno para una reflexión, para una discusión.

Rasgos de su personalidad

Polémico por naturaleza, provocaba las discusiones en cualquier terreno. Frente a cualquier tema y frente a cualquier situación. Tenía, o a veces lo parecía,  cierta audacia para transitar por caminos que a cualquiera de nosotros se nos hubiera ocurrido que nos estaban vedados. Y, acotación al margen,  un hecho que corrobora lo que yo digo es que ya  al final de su carrera escribió un libro “El mesianismo biológico del macho”, con una literatura magnífica,  un estilo muy  atrayente, pero una obra evidentemente audaz, cuando se pretendía discutirlo y rebatirle a Darwin, y a los naturalistas, fuera cual fuera el título que tuvieran, en base a una lógica que a quienes no son especialistas podía convencer, pero en el campo de la especialización científica, posiblemente no tenía la vigencia con que aparentemente aparecía.

Esa fue una de sus grandes características. Era un erudito, aunque él disimulaba mucho su erudición, aparentaba saber menos y haber leído menos de lo que realmente sabía y de lo que realmente había leído. Pero  tuvo  otra virtud que no es muy común en nosotros los maestros. Virtud o característica,  vamos a no hacer juicio valorativo, no se ató a ningún sistema, fue un  pensador completamente independiente. Como decía Vaz Ferreira no pensaba por sistemas, sino por ideas. No lo atrapó ninguna de las novedades que siempre circulan dentro de la literatura pedagógica durante una determinada época. Permaneció siempre independiente a esa influencia, a esas “modas” pedagógicas, como ustedes habrán  advertido, que suelen tener sus valores, pero que son aceptadas a veces sin reflexión, sin adaptación a la realidad nuestra, y olvidándonos que a veces es más material de exportación que otra cosa.

Las “modas” en pedagogía

Todo esto hizo que Ferreiro reaccionara frente a un momento muy particular en que se encontraba el pensamiento pedagógico en aquella época.

La obra “La Enseñanza Primaria en el Medio Rural” fue escrita para un Concurso Anual de Pedagogía, cuyo tema era: Reformas inmediatas que pueden introducirse en la Escuela Rural.

Desde el año 1925 o 1923, empezaron a entrar a nuestro país la literatura pedagógica que traía la Escuela Activa y la Escuela Nueva: Decroly, Dalton, Dewey, todos esos autores.  Al decir de Julio Castro en aquella época “vivíamos del último correo”. Todo el mundo quería ser Decroly, todo el mundo quería ser  Dalton. Todo el mundo quería aprender la filosofía pragmatista de que estaba impregnada esa escuela y en vez de tomar los elementos que podían ser incorporados al acervo nacional, muchas veces se intentó, cayendo casi en lo ridículo, en imitaciones formales que desorientaron el pensamiento y la realidad. Pero que además crearon ciertas inhibiciones en base a un paralogismo de falsa oposición: “Lo nuevo es bueno, lo viejo   es malo”.

Lo nuevo era la Escuela Activa, y lo viejo era lo que nosotros teníamos. Y muchos de los conceptos  y de las ideas de la Escuela Activa eran tan nuevos que ya Platón las había predicado en su tiempo. Son ideas y conceptos que vienen vestidos con un ropaje nuevo y adecuados a una terminología nueva, pero que en el fondo traducen a veces pensamientos tan viejos como la cultura.

El propio Ferreiro señala en este trabajo, pone en evidencia, y vamos a decirlo porque esto nos va a aclarar en qué actitud se colocó él frente a las corrientes pedagógicas del momento: “Quiero decir éstas, mis primeras palabras, porque considero  que el maestro siempre llevará sobre sus hombros, sean cuales sean los planes, los programas, los medios y los fines, toda la responsabilidad en materia de la educación del niño. Sin él no habrá nada y no será nada si el maestro pierde la conciencia de su propia capacidad”.

Ustedes habrán notado a través de este comentario que Ferreiro, sin adherirse a ninguna escuela filosófica, es un pragmatista y un individualista. Cree en el hombre- Maestro y cree en el niño como individualidad, fundamentalmente.

“Y esto es lo que va perdiendo el maestro. Toda la literatura pedagógica de quince años atrás vino a crear en el Magisterio un inmenso complejo de inferioridad. Desde todas las tribunas se lanzan sobre él acusaciones de incapacitación, llenan el espacio los técnicos en la producción de frases, los malabaristas de la palabra. Por obra de ellos  la pedagogía parecería haber entrado en un período que podríamos llamar alquímico, en donde las frases de sentido mágico, por lo incomprensibles para los demás, se convierten en clave para la resolución de todos los problemas.

¿Qué se ha logrado con esto? ¿Salen de las escuelas tipos con nueva formación espiritual? ¿Se ha reformado algo? Lo que se ha reformado, pero en sentido negativo, es el Magisterio. ¿Dónde están- salvo contadas excepciones- dónde se perfilan los capaces de sustituir aquellos grupos selectos que no mucho atrás daban sentido y dirección al Magisterio imponiéndose a la consideración del País?

Es que estamos empequeñecidos, es que hemos dejado de pensar, proyectar y aplicar para nosotros. Hemos permitido el vivir de prestado, en lo que hay de más  noble de las manifestaciones del espíritu: la creación, por pequeña, humilde y sencilla que ésta hubiera sido bastaba para conservar el enorme tesoro que se nos está yendo de las manos”.

Miren en esta pequeña afirmación todo el contenido que hay. Contenido en primer lugar de nacionalismo, en el bien entendido de la palabra, los sistemas educacionales, los métodos y las corrientes no se pueden juzgar nunca de una manera abstracta, hay que ubicarles en un lugar del espacio y en un momento de la Historia. Lo que puede valer en Francia, en Estados Unidos, en Bélgica, en Dinamarca, o lo que puede servir en Panamá o en Venezuela o en una república del Caribe, puede no encajar en la estructura y en la realidad de nuestro país o de otro país cualquiera. Yo creo en esta afirmación de Ferreiro que, sin duda puede ser un poco exagerada, él tenía una tendencia a exagerar las cosas. Y en esto les voy a contar una anécdota: Nosotros polemizábamos mucho con él y un día le dijimos: “Ferreiro, usted dice verdades, pero las exagera, las lleva al extremo” Y él, con aire bonachón, con ese  símil a Sócrates con que se movía frente a nosotros los jóvenes,  más impulsivos, nos dice: “Muchachos, yo sé que los maestros toman el 25% de lo que yo digo. De manera que si exagero en un 100%, me queda un 50%, y me doy  por contento”.

Imagínense que esta expresión hay una enorme modestia y una  enorme valentía.  Reflexionen, quien escribe un libro cuida decir, como profesional, como pensador, como persona. A él le interesaba menos su persona, su prestigio, que la funcionalidad del libro en cuanto gravitaba sobre el pensamiento del Magisterio. Es un valor ético, para mí de enorme estimación: el hecho de que defendiendo una causa que él la sentía profundamente, olvidaba su persona en lo más valioso que tiene  el hombre, su propia estimación, pensando más en la institución, más en los demás que en sí mismo.

Pero digo que esto sí es importante. Los que tenemos una trayectoria larga a través de la carrera hemos visto, a través de treinta años, desfilar tantas corrientes, tantas modas desaparecer, que llegamos  al convencimiento de que esta aseveración siempre tiene vigencia.

Más adelante él lo señala, que tenemos que pensar para nosotros. Y nosotros en función de nuestra realidad y de nuestras posibilidades. No quiere decir que nos cerremos a las corrientes que pueden venir del exterior. Y lo que él combatía en aquella época, y es combatido en este momento,  es que lo que no tiene el “aval” del autor extranjero, o de un organismo internacional, parece que no tuviera vigencia y que no tuviera valor. Y esto el Magisterio  uruguayo no lo puede pensar, porque el Uruguay tiene una Magisterio que está entre los primeros de América, si no en el primer lugar y muy comparable –si no equiparable –  al de muchos países desarrollados.

Lo digo por experiencia. De manera que el tener confianza en nuestras posibilidades, es un elemento fundamental e importante. No sólo en cuanto a las posibilidades actuales, sino a las de futuro que ustedes mismos pueden elaborar con la base de una preparación como  la que reciban aquí. Y si mantienen ustedes la mente y el espíritu haciéndose sensibles a los problemas que cada día deben enfrentar.

Éste es uno de los aspectos en los que ustedes deben de ubicarse al leer esta obra. Es muy importante.

La vida de un maestro

Es un Inspector, es un Maestro. Ésta es la vida de un Maestro, contada, relatada para que los demás maestros la recojan. No tiene posturas académicas. No cuidó la estructura lógica de la obra. Simplemente dio rienda suelta a su mente y a su inspiración y entregó a las nuevas generaciones el fruto de sus desvelos, de sus afanes, de sus fracasos y de sus éxitos con una modestia  y una sinceridad  admirables.

Esto  explica que una obra que hace treinta años se escribió y que su primera impresión se hizo en una imprentita de Durazno mediante la suscripción de los que queríamos leer la obra, se mantenga todavía en vigencia y a los treinta años sea tema de un concurso.

Nada de tanto “aval” como el tiempo. Nada pone en vigencia y pone en evidencia los valores trascendentes de una obra, como el tiempo. Lo aparente, la chafalonía, lo que brilla, tiene un momento culminante, un cuarto de hora, y desaparece. Las obras clásicas, su vigencia, el tiempo no las oculta y, al contrario, parece que les da, como a los edificios históricos, un cierto valor, un cierto sentido, que trasciende lo puramente humano.

Por eso  es que esta verdad fue verdad en 1937, y es verdad en 1967 y será verdad a través de todo el tiempo. No se puede pensar ni actuar en lo educacional, haciendo abstracción de toda la dinámica de la vida social, económica, política, ni de la idiosincrasia y de la historia de cada pueblo.

No desconocer el pasado

Para señalar esto, y frente a los innovadores que arrasan con todo, se me ocurre una expresión que no tiene nada de académica pero que me parece gráfica: nunca un país como el nuestro, en educación, puede empezar del kilómetro cero, tiene cien años de tradición. Con valores positivos y negativos, pero todo lo que queramos hacer en el futuro para superar o mejorar, estará  condenado al fracaso si no tenemos en cuenta el peso de la tradición que está detrás nuestro. No para ceñirnos a ella, sino para comprenderla y partir de ella para nuevos pasos.

Éste  es el autor y ésta era la situación del pensamiento pedagógico, en general.

Con respecto a la Escuela Rural ¿qué pasaba?

Pasaban cosas bastante parecidas a las que siguen pasando. No hay cambios fundamentales en los hechos. Puede haberlo en el pensamiento, en las estructuras materiales, en los programas. Pero  en los hechos la situación si ha variado es porque han variado otros problemas, han variado otros factores.

Aumento de la red vial, aumento de las comunicaciones, diversificación de la producción, tecnificación tímida, pero en algún grado en algunas de las zonas, han gravitado sobre el medio y, desde luego, ha superado e  algunos lugares la situación.

Pero el hecho es que con respecto a la Escuela Rural en aquélla época, Ferreiro dice al considerarla de que si debe considerar la Escuela Rural como fracasada o no. En realidad los objetivos, en los hechos, pese a lo que decían los programas, que se trazó la Escuela Rural, o que perseguía la Escuela Rural eran los mismos de la Escuela Urbana. Y, naturalmente, el fracaso estuvo en la elección de objetivos y no en el logro de objetivos.
Señala, y esto es importante verlo, lo siguiente: “Este trabajo fue presentado al Concurso Anual de Pedagogía correspondiente al año 1936, el tema propuesto fue el siguiente: “¿Qué reformas aplicables de inmediato deben introducirse en la Escuela Rural para ponerla a tono con nuestras aspiraciones?”. Nació este libro condicionado al tema que se nos propuso y por habernos ceñido a él estrictamente con ese pensamiento debe leerse e interpretarse. ¿Qué reformas inmediatas podían introducirse?”.

Las reformas que propone Agustín Ferreiro

Él le dio al término inmediato una latitud muy pragmática. Dijo: “Si son reformas inmediatas debe ser reformas que no exijan ningún recurso, ni en locales, ni en materiales, ni en mejor preparación de los maestros, ni en mejores medios de comunicación. Porque todo eso marcha en nuestro País con mucha lentitud, cuando llega, a veces no llega”.

Las reformas que proponía eran reformas que podían hacerse  con los elementos con que se contaba: humanos y materiales. Como comprenderán es una limitación bastante grande para el tema.

Sin duda Ferreiro aceptó esto de muy buen grado, porque era su forma de hacer y su forma de actuar; pero lo cierto es que el trabajo está condicionado. Es importante señalar esto porque este libro, según el ángulo de que se mire puede ser objeto de valoración positiva y de críticas muy severas.

Juzgado con rigorismo científico, con  sentido filosófico e integral el libro es vulnerable a una crítica seria. No lo es – o lo es en muy menor medida – si tenemos presente la condicionante. Cualquiera podría decir frente a este libro: este autor, este hombre es un ignorante del cual es el verdadero problema de la escuela. Este hombre no tiene visión, no tiene imaginación, no  sabe que con otros recursos, con otros medios podemos llevar la cosa mucho más adelante. Pero si tenemos en cuenta la condicionante, las reformas a introducir con los elementos que se tenían y con los medios que se tenían, no se podía aspirar otra cosa.

Al respecto el mismo autor señala: “Hay quienes opinan que no se proceden como se  ha sido y como se es, que la Escuela puede lanzar de su seno seres completamente formados, hay quienes opinan y sino proceden como si lo hicieran –miren ustedes la preocupación recalcada siempre – el dualismo pensamiento- acción, lo que se dice y lo que se hace, en Pedagogía es muy importante, lo que se dice o se escribe y lo que se realiza. En nuestro país ha habido siempre un divorcio bastante grande entre le pensamiento y la acción. Por eso dice: “Hay quienes opinan y si no proceden como lo hicieran, que la Escuela puede lanzar de su seno seres completamente formados con un bagaje tal de aptitudes y conocimientos que les habilite para actuar bien frente a  todas las solicitudes del ambiente sin necesidad de intervenciones ulteriores y de ningún elemento educador”.

Dice esto porque él piensa que la Escuela Rural si se fuera a hablar de fracasos, es porque ha tenido  aspiraciones muy superiores a sus posibilidades. Señala además que es un mal – está hablando en su época y en su momento – no sólo de la Escuela Rural, sino de la Escuela Urbana. Queremos que salga de la Escuela un Hombre ya formado. En el mismo error que  el nuestro que queremos que salga un maestro formado ya, y no puede ser, los procesos no se pueden quemar, las etapas tienen su  vigencia. Si ustedes en este momento sintieran y pensaran como pienso ya no serían seres normales. Están en otra etapa de la vida, tan importante como la que vivo.

“Mientras la Enseñanza Primaria  no se adapte al hecho que tiene por delante de sí y siga aspirando a lanzar de sus aulas a niños como si fueran hombres, irá ineludiblemente al fracaso; pero sólo habrá llegado a simples imitaciones cuya existencia es extremadamente efímera : al poco tiempo de egresar queda muy poco de lo enseñando en ella.”

Por otra parte  hay una cantidad de material que se le da al niño y que no se incorpora a su hacer, el hecho es el mismo en lo urbano y en lo rural, pero en lo rural se borra porque el ambiente no insiste para que permanezca. En el medio urbano otras solicitaciones del medio hacen que el hombre reaccione.”

Dice: “…Así toda  la enseñanza está tendida a que el niño lea, redacte, dibuje como lo hace el adulto especializado en esta clase de actividades. Se pretende, en pocas palabras, que se comporte como un literato, como un pintor, como un sabio. Es éste un sueño de los educadores al que se le deben los más graves errores y las más funestas deformaciones de la personalidad.”

Vale decir y esto es importante señalarlo – que una de las grandes reformas que dentro de estas condicionantes  pretendió – y en parte logró-  Ferreiro, era cambiar la actitud del maestro.
Porque si bien, como lo señala en la primera parte del libro, en la literatura pedagógica, en las instrucciones del Programa, estas cosas que se recomendaban en los hechos no sucedían.

Dice:”Si estos niños que en este género de trabajo se comportan como verdaderos literatos se les pide que narren un hecho del que hayan sido actores o testigos, o para evitar simulaciones se ejecuta un hecho delante de ellos, y se les pide que lo narren, se verá entonces toda lo de ficción que hay en  lo primero.”

Recuerden ustedes una cosa desterrada, en aquella época era muy común, aquellas composiciones: “La primavera”, etc., con la preocupación del maestro que no hubiera faltas, que la redacción fuera correcta, tanto como la puntuación  y entonces esa composición formalmente perfecta no era más que una memorización, frases hechas, una simple memorización. Que tenía vigencia en el ámbito escolar, pero salido de éste, para el niño no suponía nada.

Otra de las cosas que señala Ferreiro, son las condiciones de trabajo de la Escuela Rural. Muy particulares en aquella época, y que  lo siguen siendo, que es la siguiente: el tipo de escuela que más abunda en el país es el que cuenta con un solo maestro. El que debe atender como mínimo cuatro clases, – en aquella época  tercero, segundo, primero adelantado y primero atrasado, aunque administrativamente no existe primero atrasado. El tiempo efectivo de trabajo descontando recreo y otras pérdidas inevitables es de cuatro horas, lo que da para cada clase una hora de atención por parte del maestro.

El promedio anual de días de trabajo es de 200, ahora es de 170 y con el llegar de la Escuela en el medio rural es una contingencia seria, los días de lluvia no se puede ir, en los días de frío, tampoco, habla de que el promedio de un niño normal es de 150 días, podría asegurar que ahora no pasa de los cien días. Cien días atendidos una hora por día, las tres horas restantes tiene que ingeniarse para que los niños tengan algún trabajo para que puedan utilizar su tiempo y que lo utilicen en una forma efectiva.

El maestro no hecho a ese tipo de actividad, a ese tipo de organización escolar qué recurso buscaba y aún se busca: el dictado largo, la copia, la cuenta, la mecanización haciendo pasar horas al niño en ese tipo de trabajo. Todo esto tiene un valor educativo de escasa trascendencia,  mata el interés, el gusto por la escuela y a veces hace como decía Da Rosa en uno  de sus cuentos, rememorando su vida de niño rural, “Sonó la campanilla, ¡qué liberación!”

Esa es la situación del maestro rural. Cómo puede pretenderse, entonces, en esas circunstancias un rendimiento que conforme las ambiciones de los teóricos y de los reformadores que detrás de un escritorio, y en una vida  cómoda, solicitan de aquél que está aislado  y solo, conviviendo con la pobreza, las privaciones de sus semejantes del medio que lo rodea, una escuela que esté a tono con el progreso que nosotros soñamos para el país.

Entonces Ferreiro señala: “Sostengo  que sí, siempre que no se le pidan grandes cosas. Que no se reincida en el error de exigirle perfecciones, no hay  nada que sea tan inhibidor como la concepción de grandes ideales cuando no se cuenta con medios para realizarlos, y esto es aún más funesto cuando el ideal no nace de la sociedad en que se pretende imponerlo. Yo creo que los maestros rurales de este país han hecho una obra realmente heroica. Lo digo porque yo empecé por  hacerla y conviví veinte años con ellos, en los lugares más apartados del país como Artigas, Salto. Pero  reconozco que ciertos intentos de reforma que se han hecho en el país, ciertas aspiraciones lo que han hecho es deprimir el espíritu de esas gentes que están luchando, y que quiere hacer.”

La propuesta de Ferreiro

¿Qué quiere Ferreiro frente a este panorama: una escuela sin recursos, sin medios, un maestro que debe atender cuatro clases y que inevitablemente la situación va a ser así. Porque   la tercera parte  de las escuelas del mundo son de un solo maestro. Porque éste no es un problema educativo, es un problema de orden socio-económico, que está relacionado con los medios y formas de  producción, zonas ganaderas, de agricultura extensiva, que no aglutina la población y los núcleos de niños son de ocho o diez. Desgraciadamente los núcleos más grandes  son los rancheríos, lo pueblos de ratas. Pero  en las zonas en que  la gente trabaja y la gente produce hay una verdadera dispersión de la población. Y no podemos organizar una escuela de cinco maestro para atender diez, quince o veinte niños. Es un problema de América y  de Europa también.

Hay países donde existen escuelas de práctica de un solo maestro para formar maestros para mandar a esos mismos medios.

Ferreiro apunta una aspiración a través del trabajo, fundamentalmente, ir a la formación del hombre apto para desenvolverse en este medio. No le importa la cantidad de conocimientos, le importa el adecuarlo, el darle las aptitudes necesarias para que pueda actuar en un medio donde el trabajo no es especializado, donde la división del trabajo no existe, y donde el hombre tiene que afrontar una infinidad de problemas.

Naturalmente que a una persona de ciudad, o que ha vivido siempre en la ciudad, le cueste comprender la gravitación que tiene en el ser humano la forma de convivencia, y cómo ello incide en factores que parecerían ajenos.

A medida que la población se aglutina aparece la división del trabajo, aparece la especialización. Pero cuando la población está dispersa el hombre tiene que multiplicarse y tiene que ser panadero, herrero, lechero, agricultor, a veces medio enfermero, porque tiene que resolver los problemas vitales y los medios no están a su alcance.

De manera que se necesita un hombre apto, un hombre con aptitudes para adecuarse a las distintas situaciones.  El conocimiento  académico, sistemático que puede ser muy útil para quien sigue una carrera, para quien va a asistir a otros centros de estudio, para quien va a completar su formación, desde luego que tienen valor. Pero ese conocimiento académico en un niño que sale de la escuela a los doce años tiene un valor bastante relativo.

Entonces Ferreiro sugiere formas  de cómo podría corregirse en parte este problema  de la escuela rural. Y empieza por analizar la didáctica de las asignaturas que nosotros hemos dado siempre en llamar – tal vez  indebidamente- asignaturas fundamentales: el leer, el escribir, el contar. Con respecto a la lectura, que fue  una de las disciplinas que tanto le preocupó, dice: “…Por  las condiciones de aislamiento en que vivirá el hombre de campo la escuela deberá concentrar esfuerzos y generar actitudes que lo capaciten para educarse por sí mismo, y siendo la lectura uno de los medios  más preciosos de autoeducación debe ocupar lugar preponderante en el estudio.”

Pero naturalmente que tenía más vigencia antes que ahora, no existía transistor; tener una radio hoy no es una cosa difícil.

Pero ¿qué pasa con el niño de Escuela Rural? Después que sale de la Escuela no lee más, ni tiene más interés. Volvemos a lo de hoy. Puede seguir  leyendo si hay apetencia por leer, no por imposición del medio. La realidad de las cosas es que la cantidad de analfabetos funcionales que transitan por nuestro campo es enorme, es decir, gente que supo leer, que aprendió a leer y que ahora no sabe. Porque la forma y la didáctica de la lectura si bien sirvieron para vencer las dificultades técnicas de la lectura, es decir traducir en lenguaje oral el lenguaje escrito, no crearon ni la apetencia por la lectura, ni el gusto por la lectura, porque la formación, la enseñanza fue demasiado formal.

Ferreiro hacía esta reflexión: todo lo que  el hombre empieza a hacer por primera vez lo hace imperfecto, y es cierto, empieza a caminar y lo hace en la forma más imperfecta. Empieza a hablar y lo hace como todos saben..

El maestro quiere que el niño empiece a leer correctamente sin importarle a vece si interpreta o no lo leído. Lo tiene todo el año leyendo el mismo libro. Lección que la leen los treinta  a treinta y cinco niño de la Escuela. Sometan ustedes un adulto a esa tortura. Estar todo el año con el mismo libro y oír treinta veces el contenido de las páginas del libro. Indudablemente que aprenderá a leer, pero apetencias por la lectura no va a adquirir de ninguna manera.

Por eso sugiere – y propone-    proyecto que no se llevó  a cabo lamentablemente tanto para la Escuela Rural, como para la Escuela Urbana, que el niño desde que  aprende las primeras consonantes se lance a interpretar el contenido de la lectura. Y que en vez  de un libro de lectura utilice cuatro o cinco. Una idea tan simple, pero tan  importante, y de tanto valor.

Con cuatro consonantes se puede hacer un libro de lectura. Que el niño lo lea un mes o dos meses. Y desaparecería para dar lugar a otro. Pero con una literatura y un temario tomados de la realidad en que vive el niño.

Los libros se hacen en la ciudad, muy buenos técnicamente, pero con un contenido que nada tiene que ver con las vivencias que tiene el niño. Vean ustedes que en  los libros que utilizan los niños no está la palabra petizo, no está la palabra recado, la palabra jerga, todo ese vocabulario que es el que utiliza, porque es el que le sirve para nombrar las cosas que lo rodean. Tan  necesario como decir aquí ómnibus, trolley, mar.

Sin embargo hasta en eso establecemos el divorcio, entre  la realidad ambiente, el mundo de experiencias del niño.

No quiero pasar por alto otra cosa. En el campo  de las matemáticas pasa lo mismo. ¿A qué va la Escuela? A las formas depuradas de la medida y de la magnitud y de la forma en geometría. Son interesantísimas las reflexiones que hace: se ve el cubo, la pirámide, el cilindro, cosas que no se dan en abstracción. ¿Eso tiene algún valor para el niño? Yo lo observaba en la Escuela Urbana después de haber dado  cubo, cilindro, prisma. Los niños siguen diciendo el tintero redondo, el lápiz es redondo, etc. No incorpora a su expresión las formas de decir. Pero en las cosas que el hombre fabrica o la naturaleza presenta la forma tiene una funcionalidad. Por algo las frutas tienen forma redonda. La relación masa superficie es un hecho que el hombre lo explota según sus conveniencias. Y cita Ferreiro una cantidad de ejemplos. “¿Por qué tu madre cuando quiere secar la ropa la estira? ¿Por qué cuando quieres ocultar una hoja la arrollas?”

Hablaba Ferreiro de la geometría funcional, que sería la necesaria, que tiene vigencia, en tanto que aquello otro teórico no la tiene.

Lo mismo en materia de Aritmética, quizá aquí exageraba un poco. ¿A qué se tiende? Siempre el ejercicio. Porque el problema, repetición de situaciones similares, no es problema. Yo hice un trabajo de observación, recolecté algo así como 1.500 problemas en las escuelas y los pude encasillar en cinco categorías. De manera que el problema que supone transitar por una situación desconocida y nueva, se transforma también en un automatismo. El propone una serie de ejercicios que ustedes verán en el libro. Lo mismo habla en Ciencias, colocar al niño en situación problemática, que la información tenga una gravitación en su hacer, en su sentir, en su reaccionar frente a las cosas.

Pero también hace esta acotación: “para hacer este tipo de enseñanza el maestro tiene que ser un creador, y el maestro rural solo, en el medio del campo, por mejor voluntad que tenga, y teniendo que atender a veces hasta sus propias necesidades no lo puede  hacer”.

Proponía una cosa muy sencilla, muy interesante que mientras él la atendió tuvo su vigencia: El Centro de Emisión de Prácticas Escolares.

En cada correo le llegaba al maestro una serie de ejercicios para lenguaje, para aritmética, para ciencias, elaborados por un grupo de maestros en función de la realidad en que estaba viviendo la escuela rural. Era aquello además de un material directo de trabajo un elemento de inspiración para nuevas creaciones. Eso permanentemente por la vía del correo no costaba nada. Ahora hay  un organismo costoso, que cuesta millones de pesos, y ni siquiera son capaces de acercarle eso al maestro rural, lo que quiere decir que muchos de nuestros males son por falta de recursos, pero muchos otros son por mala utilización de los recursos o por incapacidad de quienes tienen la responsabilidad de servicios.

Hay un aspecto final de la obra en que Ferreiro hace una especie de reproche al abandono en que se ha dejado a la Escuela Rural, al hombre del medio rural y en que pone de manifiesto el sentido humanista que imprimió a toda su obra y a todo su trabajo.

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