El Instituto Normal Rural por la Maestra Ana María Angione

Antecedentes de su creación

Ningún movimiento renovador de la educación puede alcanzar sus  objetivos si no cuenta con personal técnico debidamente capacitado. Sobre el terreno, el personal docente constituye el factor fundamental del éxito  o del fracaso de toda reforma.

Los trabajos por una educación rural de calidad y al servicio de las necesidades de la población exigieron, pues, en primer término, la capacitación de los maestros rurales y, más adelante, la de sus supervisores. La primera tarea la cumplió, a partir de 1949, el Instituto Normal Rural, la segunda el Instituto Magisterial Superior, de 1964 en adelante.

En algunos países latinoamericanos los maestros para las zonas campesinas son formados en escuelas normales rurales, con planes de estudio de menor duración a los de las normales urbanas. Se produce así una distinción desde el origen mismo de la formación, generalmente en detrimento del nivel profesional alcanzado por maestros llamados “rurales”, cuyas perspectivas de carrera son reducidas, ya que  poseen un título que no los habilita para ocupar puestos de jerarquía en la administración educacional.

No fue éste el caso del Uruguay. En la década de los años cincuenta, los maestros que se desempeñaban como docentes en las escuelas rurales habían recibido su título de maestro de primer grado. Las excepciones eran contadas; algunas escuelas muy apartadas eran atendidas durante breve lapso por estudiantes magisteriales.

El perfeccionamiento docente para los maestros rurales fue concebido, pues, como una verdadera especialización de post-grado, posterior a la posesión del título de maestro.

Respondiendo a esta concepción, el Consejo de Enseñanza Primaria  y Normal, responsable en ese entonces de la formación del personal de todos los niveles necesarios para la educación primaria, fundó en 1949 el Instituto Normal Rural, situándolo en la Escuela Granja que venía funcionando en Estación González, departamento de San José, bajo la dirección de la maestra doña Claudia Tapia de Arboleya. En esta escuela ya se venía realizando la parte práctica de los cursos de especialización rural que se dictaban en los Institutos Normales de Montevideo.

El Instituto cumplió una interesante etapa inicial, contribuyendo principalmente a formar personal docente y auxiliar para las escuelas granjas, cuyo número fue creciendo por esos años.

En 1957 fue designado Director del Instituto el maestro Homero Grillo, que había venido cumpliendo en años recientes una extraordinaria labor como Director de la Escuela Nº 16, Granja, de Estación Ortiz, departamento de Lavalleja.

La Sección Educación Rural, que acababa de ser creada, decidió recomendar el traslado del Instituto al local de lo que hasta entonces venía llamándose la “escuela consolidada” de Cruz de los Caminos, en el kilómetro 40 de la Ruta 7, departamento de Canelones, local que ofrecía amplias comodidades, tanto para el funcionamiento de aulas y talleres como para alojar a los maestros-alumnos, aunque la superficie de tierra que lo rodeaba no era tan abundante como hubiera sido deseable.

Homero Grillo y el equipo que lo acompañaba se instalaron, pues, en Cruz de los Caminos a principios de 1959, donde actuaron hasta los primeros meses de 1961. El presente capítulo refiere a la organización y realizaciones del  Instituto durante los años 1959 y 1960.

Objetivos

El objetivo fundamental del Instituto era el mejoramiento profesional de maestros que desempeñaban funciones en el medio rural, de manera que pudieran satisfacer a plenitud los requerimientos del programa de enseñanza primaria en vigor, tanto en lo que tenía que ver con la atención integral de los escolares como con la proyección de los centros educativos hacia la comunidad, brindándoles, a través de cursos regulares, los conocimientos necesarios para poder interpretar la realidad socio-económico-cultural en que está inmersa la escuela rural  y contribuir a modificarla.

Este amplio propósito hacía necesaria una formación de los maestros-alumnos, tanto teórica como práctica, debiéndose procurar la integración de ambas modalidades más que su yuxtaposición. Requería, por otra parte, la realización de actividades no sólo en el Instituto sino en las comunidades circundantes y en las escuelas en ellas instaladas. Exigía, en fin, tanto como el dominio de técnicas muy variadas, el desarrollo de actitudes de servicio y de promoción de cambios en áreas rurales, generalmente enfrentadas a graves dificultades.

Al ser parte integrante de la Sección Educación Rural , el Instituto de Cruz de los Caminos, único de ese tipo en el país, constituía una entidad de proyección nacional, llamada a influir en la calidad de la educación también por otras múltiples vías, que hoy llamaríamos no formales, complementarias de la labor regular de formar especialistas en educación rural.

Cursos y cursillos de perfeccionamiento impartidos

Anualmente se impartía un curso regular, de aproximadamente siete meses de duración, al que asistían unos treinta maestros-alumnos. Los participantes, hombres y mujeres, eran escogidos entre quienes ocupaban en efectividad puestos de directores o de maestros en escuelas rurales y granjas y continuaban recibiendo su salario durante los meses de su formación, debiendo regresar a sus puestos con posterioridad a la misma.

La selección de los alumnos estaba a cargo de las Inspecciones Departamentales de Enseñanza Primaria, con intervención de la Sección Educación Rural. Al egresar, se entregaba a los participantes un certificado acreditando sus estudios.

Además del curso regular, se organizaron en Cruz de los Caminos cursillos más breves en las vacaciones de verano, en los que participaban nuevos maestros-alumnos tanto como egresados de cursos anteriores. Fue precisamente uno de esos cursillos la primera actividad del Instituto en su nueva sede, en las vacaciones de principios de 1959.

El personal docente del Instituto contribuía también a la realización de cursillos y jornadas organizados en períodos de vacaciones por la Sección Educación Rural y las Inspecciones Departamentales en diferentes partes del país, formando equipo con colegas  del Departamento de Escuelas Granjas y del Núcleo Experimental de la Mina, con lo que se facilitaba un intercambio muy necesario de las experiencias más recientes

Para las vacaciones de invierno el personal del Instituto organizaba un programa de visitas a algunas escuelas rurales atendidas por egresados, permaneciendo en ellas tres o cuatro días para brindar asesoramiento y refuerzo técnico y moral. Este contacto permitía reajustar los contenidos de los futuros cursos, de conformidad con las necesidades detectadas.

 Esta gama de actividades docentes fortalecía a escala de toda la República la red de educadores comprometidos con la elevación del nivel de las escuelas rurales. Los vínculos afectivos que se establecían eran tan importantes como las relaciones de intercambio profesional.

Ha de comprenderse, también, que la preparación y orientación de los cursos regulares y la participación en un número considerable de actividades de vacaciones supuso para el personal docente del Instituto un régimen sumamente exigente de trabajo.

Carácter teórico- práctico de la formación

El plan de estudios en los cursos regulares incluía, como se ha dicho, formación teórica y  actividades prácticas.

Las asignaturas impartidas eran:
•    Investigación social.
•    Sociología.
•    Educación fundamental.
•    Agronomía.
•    Didáctica.
•    Producción y uso de materiales audiovisuales.
•    Educación para el hogar.
•    Educación para la salud.
•    Talleres de manualidades.
•    Educación estética, teatro, canto, folklore.
•    Educación física.

El programa para las escuelas rurales de 1949 constituía el eje vertebrador del proceso de formación. En definitiva, se esperaba que el egresado actuara en su medio de conformidad con todo lo que dicho programa prescribía para el buen funcionamiento de una escuela rural.

La formación aportaba los conocimientos necesarios que pudieran fundamentar la acción práctica, tanto en el Instituto como en la escuela primaria rural que funcionaba en el mismo local y en las seis escuelas rurales de las poblaciones vecinas.

Así,  por ejemplo, la enseñanza articulada de la agronomía con la didáctica suponía la utilización de elementos del medio natural, su estudio científico, el dominio de las técnicas de producción, la elaboración de materiales audiovisuales de apoyo y, finalmente, la realización de actividades docentes en las escuelas rurales para que los niños incorporaran los elementos teórico-prácticos sugeridos por el programa.

Las áreas de investigación social y sociología exigían, como es natural, muchas lecturas y análisis en un terreno en el que los maestros-alumnos traían muy escasa formación. También aquí las aplicaciones prácticas resultaban esenciales. Los maestros alumnos emplearon en los vecindarios instrumentos de investigación social para hacer diagnósticos de situación en diferentes aspectos de la vida comunitaria. En colaboración con los maestros de las escuelas y los vecindarios ejecutaban proyectos que incluían la recreación de los jóvenes, el teatro rural, el teatro de títeres, el deporte, el cambio de técnicas agronómicas, el mejoramiento de la vivienda y de los lugares de trabajo, las artesanías y pequeñas industrias, las manualidades femeninas, etc.

Era, pues, un conocimiento de las ciencias sociales que se materializaba en un servicio social, en una educación comunitaria, en el establecimiento de relaciones entre educadores y vecinos que permitieran la comprensión de los fenómenos sociales y la superación del individualismo.

Similares enfoques integradores de la teoría con la práctica eran aplicados en el área del folklore; se aprendía, por ejemplo, el origen  histórico de las danzas y su coreografía, se practicaba su interpretación en el Instituto, el último paso era enseñarlas en las escuelas. Los maestros-alumnos se sintieron capaces de cumplir lo postulado en el programa escolar en esta materia, cultivaron su gusto estético y su capacidad expresiva y contribuyeron a la diseminación en todo el país del acervo folklórico nacional.

También la producción de materiales audiovisuales respondía al mismo principio de hacer de todo conocimiento una herramienta de apoyo a la labor docente. Se daba información sobre la extensa gama de recursos ofrecidos por nuevas tecnologías, pero se prefería el empleo de aquellas más modestas, al alcance del maestro rural, como el hectógrafo, el mimeógrafo casero, los carteles, procurando siempre que las técnicas aprendidas tuvieran empleo en la enseñanza de todos los días en las escuelas rurales de la zona.

La práctica docente la realizaban los maestros-alumnos en las escuelas rurales vecinas, organizados en grupos de cinco o seis. A determinada altura del curso, se distribuían en las mismas, permaneciendo en ellas toda la jornada, a veces durante dos o tres días, para regresar al Instituto, donde se procedía a la evaluación de lo observado y actuado. En esta evaluación participaban los maestros de la escuela primaria rural de Cruz de los Caminos y a veces los de las demás escuelas. Esta integración de los sectores del área resultó un proceso progresivo, en el que en general las mejores actitudes fueron las asumidas por el magisterio más joven.

La participación del Instituto en la vida escolar de la zona iba más allá, cooperando en la organización de actos culturales, festivales, competencias deportivas, etc. De este modo, el Instituto se fue convirtiendo en un núcleo dinamizador de la enseñanza primaria en la zona, en cooperación con las autoridades escolares del departamento.

Organización y funcionamiento

El Director, secundado por el Subdirector, orientaba los trabajos y asumía la representación del Instituto ante todas las instancias exteriores. Un Secretario atendía las cuestiones de oficina y contables.

A excepción de los profesores que impartían los cursos de educación para la salud y de educación física, todos los restantes se alojaban en permanencia, como los maestros-alumnos, en el internado del Instituto. Las salidas eran quincenales, es decir, que de cada dos fines de semana, uno era de trabajo.

Se disponía de personal para la atención de la cocina y la limpieza, de peones para reforzar el trabajo agropecuario. Se contaba con aproximadamente una hectárea y medio de tierra, un tractor con sus implementos esenciales para el cultivo, herramientas agrícolas, galpón, gallinero, porqueriza, apiario, equipos para carpintería y hojalatería, un autobús, un camión, equipo de sonido, mimeógrafo.

La biblioteca estaba bien provista de las obras esenciales que se requería para apoyar la formación y existía la permanente preocupación por enriquecerla.

Por la estrechez del predio y con fines de demostración, una parte de las prácticas agrícolas era cumplida en las explotaciones de los vecinos y en las huertas de las escuelas.

La dotación de medios de trabajo fue muy modesta. El Instituto desenvolvió sus tareas en condiciones de una gran austeridad. Esto impuso muchas limitaciones al trabajo, aunque podría reconocerse, predispuso a los maestros-alumnos a procurar soluciones igualmente austeras a los problemas con que habrían de enfrentarse a su egreso.

Organizados siempre en equipos y bajo régimen de rotación, profesores y alumnos atendían actividades formativas y productivas: investigaciones en la zona, trabajos de promoción comunitaria, atención de cultivos y crianza de animales, promoción de la recreación y el deporte entre los jóvenes de la vecindad, capacitación de las jóvenes rurales en conservación de alimentos, carpintería y otras manualidades, prácticas de mejoramiento sanitario, producción de materiales audiovisuales, principalmente impresos a mimeógrafo y en serigrafía, los cuales eran aplicados con fines docentes en las escuelas del área, elaboración e impresión de la revista “Impulso” y de boletines para uso interno e información de los egresados, construcciones rurales para las actividades de producción, etc. Hubo, incluso, un intento de organización cooperativa de una cantina para el personal y los estudiantes.

El régimen de estudio y de trabajo era intenso, en pocos meses había que equipar a los maestros-alumnos con conocimientos y destrezas muy variados, compensando la insuficiente formación inicial que traían algunos de ellos, en especial los que se habían graduado en los institutos normales del interior.

Se procuraba alentar la polivalencia del educador, su capacidad de enfrentar los múltiples problemas que plantea la existencia en el medio rural, su habilidad para utilizar sus manos tanto como sus recursos intelectuales.  La articulación entre teoría y práctica – ya lo hemos dicho, pero vale la pena insistir en ello- fue una meta fundamental y más de un estudiante encontró dificultades iniciales en comprender por qué tenía que correr el riesgo de dañar sus manos participando en la construcción de una porqueriza o empuñando la mancera del arado. Las cartas posteriores y las visitas a las escuelas en que actuaban los egresados confirmaron las ventajas de una formación volcada a dar tanto los fundamentos de las respuestas a las necesidades del medio como las técnicas concretas por las que se materializaban tales respuestas.

Justo es señalar que contribuyeron muy bien a este sentido práctico de la formación los miembros del equipo responsable del área Educación para la Salud. Formaban parte del personal del Ministerio de Salud Pública y de la Escuela Universitaria de Enfermería y se trasladaban periódicamente a Cruz de los Caminos. Los maestros-alumnos egresaban del Instituto con nociones muy claras acerca de los problemas sanitarios propios del medio rural y en particular del escolar rural; pero estaban también capacitados para aplicar inyecciones y para brindar primeros auxilios, lo que resultaba de inestimable valor en las zonas campesinas aisladas.

La comunidad educativa constituida en el Instituto (personal docente, maestros-alumnos, maestros de las escuelas) realizaba periódicas y prolongadas sesiones de análisis y evaluación de los trabajos. No había temas tabú;  predominó siempre el deseo de compartir ideas, responsabilidades e inquietudes. En unas instalaciones que no habían sido diseñadas especialmente para albergar en régimen de internado un grupo tan heterogéneo de adultos, cumpliendo un programa tan intenso de trabajo, las relaciones humanas, fruto de tan estrecha convivencia, resultaban fundamentales. Su atención era una tarea más para el equipo de profesores, no sólo para asegurar la armonía en la vida de la institución sino también para devolver a la escuela rural un maestro más maduro, más responsable y más solidario.

En el panorama nacional, en que los problemas de la educación rural ya habían salido de la indiferencia y del silencio, la acción del Instituto, más allá de su significación como centro de formación constituía un foco de relaciones, de convivencia y de unión, que se reafirmaban en cada uno de los contactos estimulados, durante esos años, por la Sección Educación Rural y sus distintos sectores de acción. En efecto, los componentes de esta Sección siguieron de cerca las realizaciones del Instituto y se hicieron presentes en él con frecuencia para aportar su experiencia y, también, para aprender de aquel selecto grupo de educadores en formación.

Apreciación de sus resultados

Importa señalar que este clima resultaba de la seriedad de los problemas tratados, trascendentales para la vida nacional, pero resultaba también de la calidad humana de los componentes del Instituto, quienes se situaron sin dificultades, individualmente y como equipo, ante sus responsabilidades. Como ocurrió  en otras de las instituciones que por entonces contribuían a la enseñanza campesina, la gente del Instituto estaba tan llena de inquietudes y de ansias de capacitarse como de exigencias morales.

Los resultados no podían sino ser muy positivos. Hubo una invalorable evolución en el personal docente que se enriqueció, como siempre ocurre en los procesos de ínter-aprendizaje, con las inquietudes de experiencias de sus alumnos, tan maestros como ellos mismos.

Para los becarios la experiencia resultó apasionante. En primer término por ser nueva, por estarse construyendo por primera vez una respuesta integrada, orgánica a los requerimientos de formación del docente rural, en segundo lugar pos su riqueza, por la amplitud de los aportes que cada uno, formal e informalmente, daba y recibía; y en tercer término por su carácter participativo, por la integración de profesores, alumnos y vecinos a procesos no preestablecidos con rigidez, abiertos a la contribución razonada de todos.

 Gracias a los cursos del Instituto, sus egresados se sintieron capaces de remover algunas de las graves dificultades del medio rural en que siguieron actuando. Así se comprobó en las visitas que se les hizo una vez reincorporados a sus escuelas.

Una parte de ellos quedaron motivados para el estudio y, años después, cursaron nuevas especialidades en el Instituto Magisterial Superior. Algunos, capacitados en éste como supervisores, multiplicaron sus conocimientos difundiéndolos entre nuevos maestros rurales. A otros, las circunstancias históricas por las que atravesó más tarde el país le llevaron al extranjero, donde ocuparon puestos de responsabilidad.

En buena medida, es legítimo atribuir este impulso a la personalidad del Director del Instituto, Homero Grillo, y a su peculiar manera de orientarlo, siempre en actitud sugeridora, estimulante y fraternal, jamás con autoritarismo. Su modestia era tan grande como su experiencia, como su auténtica autoridad moral y su capacidad de aglutinar el esfuerzo de todos.

A principios de 1961, esos dos años iniciales en Cruz de los Caminos, el enorme potencial del Instituto como centro orientador de los especialistas en educación rural que el país necesitaba, comenzó a ser considerado como un riesgo por los sectores reaccionarios del poder educacional.

La operación de conjunto  lanzada por dichos sectores contra el Movimiento por una nueva educación rural había de alcanzar también al Instituto. El cargo de director fue llamado a aspiraciones entre maestros de segundo grado, requisito que Grillo no poseía y que nada tenía que ver con las funciones específicas de la institución. En solidaridad con su Director, todos los miembros del personal docente renunciaron a sus cargos. La renuncia fue aceptada. El Instituto ingresaría en una nueva etapa y Grillo tuvo oportunidad de proseguir su labor de formación y de estímulo a los jóvenes, poniendo sus enormes capacidades al servicio del Instituto Cooperativo de Educación Rural.

Nota: Este artículo fue tomado de la obra “Dos décadas en la historia de la Escuela Uruguaya». Edición  de la Revista de la Educación del Pueblo. Agosto de 1987.

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