Ing. Agr. Rafael Casas Mendy | 21/05/2011 (Publicado en Diario El Acontecer, Durazno)
En estos momentos, en los que se discuten algunas formas de explotación, se hace necesario reflexionar sobre los modelos de desarrollo a aplicar en nuestro territorio.
La discusión parece centrarse muchas veces en quién está de acuerdo y quién no en determinada forma de intervención. Ésta, dada en general como opción no modificable o determinada por alguien que está más allá, lejos y resolverá por nosotros.
Nos tendría que guiar siempre el pensamiento de que el desarrollo es el despliegue de las capacidades de los seres humanos que viven en un territorio. Este no es únicamente un espacio físico, sino que además, en él se realizan una cantidad de acciones que van formando el territorio como: actividades productivas, movimientos sociales con ciertas pautas culturales, un ambiente determinado, actividad económica generada con la utilización y el funcionamiento de estos elementos.
Cuando intervenimos en ese territorio modificamos algunos o todos esos elementos que componen ese lugar. La forma de intervenir estará condicionando el futuro de las generaciones que en ese territorio se desarrollen. Esto dependerá de la magnitud de la intervención.
Acá aparecen los diferentes modelos de desarrollo. Desde uno que prioriza exclusivamente lo económico y analiza cuánto tengo que invertir para obtener determinada ganancia hasta otro que toma en cuenta todos los elementos que pueden estar influidos por las actividades a desarrollar y no actúa si alguno de éstos se modifica.
Estos serían dos extremos para ejemplificar.
Frente a la posible instalación de una minera en nuestro país creo fundamental pensar y ubicarnos en una posición intermedia entre la que utiliza lo económico como argumento para actuar y la posibilidad de modificar algún componente del territorio como negativa para la intervención.
Resulta clave en este sentido la forma en que se realiza el proceso que conduzca a la decisión de llevar o no adelante el emprendimiento.
Algunos aspectos que no deben faltar en esta primera etapa:
–La consulta a todos los actores involucrados antes del inicio de cualquier actividad de intervención. Acá estarían: la empresa minera, el Estado y todas las personas que viven en el territorio (los productores y sus familias, todos los habitantes del medio rural y urbano). Alguien se podrá preguntar cómo se hace esto. A través de la consulta en talleres por sectores de la sociedad en forma ordenada, logrando mínimos acuerdos en el proceso a seguir. Esta serie de actividades debe darse antes de cualquier acción en el terreno.
–Acciones desde el Estado que garanticen los recursos para poder llevar adelante el proceso de consulta, la información necesaria y la difusión de la misma.
–El marco legal para poder desarrollar una actividad de este tipo con los pasos correspondientes para asegurar que, si se resuelve la intervención, el mismo estará disponible.
Tenemos en el país ejemplos de actuar sin consultar, sin planificar con resultados que dejan a sectores beneficiados y a otros perjudicados. No se puede pretender que un proceso de análisis y consulta deje a todas las partes de acuerdo, pero sí deberá ir logrando mínimos acuerdos que permitan buscar algunas soluciones a los más perjudicados.
Un ejemplo es el desplazamiento de productores familiares cada vez que un modelo de desarrollo productivo se pone en marcha como el modelo forestal, el agrícola actualmente en auge, la posible explotación minera. Es necesaria, en estos casos, una política de tierras que debería tener el estado para contrarrestar los efectos negativos de dichas producciones. De lo contrario sólo nos queda contabilizar en cada censo la desaparición de productores.
Cuando escuchamos hablar del modelo de desarrollo a seguir parece que estamos todos de acuerdo. Nadie se anima a decir que vamos a actuar sin respetar a la gente, o al ambiente, o que vamos a actuar exclusivamente basados en los cálculos económicos. Pero sin embargo se actúa haciendo una prospección que implica intervenir en el territorio, ingresar a los predios, modificar el trabajo y sus relaciones, sin haber hecho el proceso arriba descrito.
¿Estamos bajo una concepción del desarrollo que omite un aspecto central que tiene que ver con la sustentabilidad, el enfoque territorial y que incluya las dimensiones de lo productivo, lo económico, lo social y lo ambiental?
¿Deberemos asumir que los modelos de intervención son fijados desde afuera en un mundo globalizado y ni el estado ni la sociedad puede frenar estos procesos?
Pienso que una sociedad organizada es la mejor forma de resolver estos dilemas y es uno de los actores clave para tomar las decisiones que correspondan frente a posibles cambios que modificarán un territorio.
El Estado es otro actor fundamental que tiene el rol de proteger a la población y deberá propiciar y facilitar la participación para que ésta se dé como un paso más. En algunos lugares del territorio hay nula o escasa organización y por tanto también así es la participación, pero esto no es excusa para prescindir de la misma.
En estos días de festejos por el bicentenario de la independencia, hemos recordado con énfasis a nuestro querido Artigas.
Me viene a la memoria una conversación que tuve hace 10 años, aproximadamente, con un campesino guaraní en el norte de Paraguay, en uno de mis viajes de trabajo visitando los modelos de colonización de tierras en ese país. Más de 300 familias viviendo de la producción en 1500 hectáreas, luchando contra modelos productivos que los empujaban a talar el bosque, quemar y plantar ricino como monocultivo para extraer de la semilla aceite industrial. Y en un momento me dijo “… nosotros no tuvimos un Artigas como ustedes…” No le pude contestar nada ya que sentí que la lucha de esas familias sí tenía mucho del pensamiento artiguista.
A casi 200 años del Reglamento de Tierras llamado: Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el Fomento de la Campaña y Seguridad de sus Hacendados del 10 de setiembre de 1815, encuentro en él incluidos en forma íntegra los conceptos de justicia, equidad, manejo responsable, control descentralizado y lo que más asombra es que tiene al ser humano como centro de la preocupación.