La Ciencia contra el Hombre

Los presentes fragmentos pertenecen al libro inédito “La Ciencia contra el Hombre” de Oscar Broquetas Casanovas.

Fue este autor un amigo de Homero Grillo y del I.C.E.R. y nos entregó estos textos el 28 de agosto de 1982.

Los escritos datan de las décadas del sesenta y setenta del siglo pasado y, como el mismo autor lo reconoció en su momento, son polémicos. Por eso los incluimos aquí y lo hacemos también porque encontramos que pese al medio siglo transcurrido desde que se escribieron, siendo autocríticos y mirando nuestra realidad sin concesiones nos preguntamos  ¿no tendrán estos planteos una total vigencia?

Da para reflexionar….

Prólogo introductorio

Los halagos de la civilización movidos por sus grandes palancas, la ciencia y la técnica, han sellado nuestro destino. Sus incontables inventos, modificándose día a día, van fomentando un incentivo que excede ya nuestros propios deseos; nada nos conforma; en permanente inquietud, siempre queremos más.

La vida de los hombres en pueblos y ciudades, basada casi exclusivamente en aparatos e instrumentos mecánicos, en reglas científicas, ha ido modulando poco a poco las necesidades de la mente, imponiéndole especiales condiciones químicas y físicas y alterando  los hábitos fisiológicos por medios artificiosos. Nuestras costumbres, mecanizadas ya al extremo, van perdiendo la necesidad de una fuerza espiritual y anímica.

El hombre se va adentrando con paso firme, apresurado, en la trampa de esa manera de vivir desprovista de esfuerzos físicos y exigencias mentales ya que si bien se practican deportes, quizá más que en ninguna otra época al intervenir también las mujeres, y se llenan liceos y universidades, los hábitos perniciosos adquiridos por nuestra vida “modernizada” van  neutralizando el poco provecho que de ello pudiéramos obtener; es decir que la falta de una firme conducta moral, lógica e inevitable consecuencia de la excesiva mecanización, tiende a anular los efectos favorables que por medio del deporte se intentan alcanzar. Obligar fuertemente al cuerpo para después volcarse al ambiente de una sociedad que ofrece oportunidades viciosas a paladas, es no sólo contradictorio, sino contraproducente. Buena parte de los jóvenes, en estado de aflojamiento mental, sin fuerzas ni dedicaciones adecuadas, víctima de los reflejos deformantes de una vida sin preocupaciones de dignidad, buenos modales y compostura, va aceptando lo que venga y  como venga, junto con los mayores, justo es apuntarlo, sin otras necesidades que las de continuar con ese placentero medio de comportarse. Dejemos por ahora y entre tanto, los comentarios sobre estudios y estudiantes  ya que ellos son y no pueden ser otra cosa que la resultancia de un proceso social desviado de las normas de una celosa prudencia.

Lo obsceno, lo pornográfico, la ordinariez, la promiscuidad, mezcla confusa de valores, seres y cosas, es producto de la desestimación espiritual de la vida, sin posibilidades de reacción ya que el proceso tecnológico no puede detenerse ni nadie quiere que se detenga: es parte del orgullo humano. Son ya tantos y de tal magnitud los problemas a resolver que sobrepasan las posibilidades de nuestra inteligencia. El modo de conducirnos, apartándonos día a día de toda regla sencilla, va alcanzando el límite que requieren nuestras condiciones  para subsistir. Avanzando prodigiosamente en sentido desigual, vamos formando situaciones incompatibles, de desequilibrio, en un mundo creado sobre leyes armoniosamente gravitantes.

Si el hombre acaso lograra detenerse, por el propio mandato de su conciencia, o sobrevivir a los efectos de una previsible conmoción de la naturaleza que lo obligara a recomenzar su vida curado de las ansias y afanes de esta época, advertiría con asombro lo desacertado de su manejos de hoy.

CARREL, el magnífico pensador al que la humanidad no le ha rendido aún los tributos de pleitesía que su personalidad merece, nos puso, entre otros, un ejemplo: “El tratamiento actual de la tuberculosis por el neumotórax y la permanencia en el sanatorio, parecerá un  absurdo antes de un siglo”… ¡Tantas y tantas cosas que hoy tomamos como verdades intocables parecerán absurdas en un corto tiempo!…

Lo que más me desorienta en la estimación de mis semejantes es la falta de adecuado discernimiento al considerar como victorias sobre la naturaleza lo que no son más que obligadas adaptaciones para subsistir en una “selva”· civilizada cuyos riesgos ellos mismos han ido creando. El hombre, complicado ya al extremo en ese desdoblamiento de ser humano y ser orgánico, animal, intentando actitudes defensivas frente a situaciones por él mismo provocadas. No son precisamente victorias, triunfos, sino refugios, “salvoconductos” científicos que la humanidad necesita, para ir conjurando esos peligros que el franco contacto con la naturaleza hubieran hecho perfectamente innecesarios.

Ya queda dicho y explicado en el correr de este libro: el hombre en estado salvaje absoluto vive libre de riesgos degenerativos. Es claro, demás está el decirlo, bajo ningún concepto podemos volver a las etapas del salvajismo, pero fuerza es también reconocer que no son las leyes naturales las causantes de nuestros males sino consecuencia todos ellos de nuestra falsa manera de vivir.

Hemos cambiado los goces de una salud natural por las incertidumbres de otra postiza y si algún triunfo habíamos obtenido, nada significaría ello frente al tributo de víctimas que el mismo avance tiene, forzosamente, que ir cobrando; millones de ellas se cuentan SOLAMENTE  en accidentes derivados del tránsito, tanto terrestre, como aéreo y marítimo y gran chasco sería admitir que el proceso perfectible de la técnica pudiera ir conjugando esos aspectos deficitarios, cuando la perfección es la suma de factores basados en leyes de sencillez y armonía, totalmente ajenas a los designios ambiciosos del hombre.

Ha sido éste un prólogo simple, breve y desmañado, aunque da una idea bastante bien orientada de lo que es el libro. Claro que muy otra cosa hubiera sido para mi suerte que este prefacio lo hubiera compuesto alguien con prestigio intelectual bien adquirido, mas no puede ser.

El libro está escrito  sobre la base de verdades inaceptables, no tanto por los resquemores, desconfianzas y dudas que pudieran suscitar, sino por la indiferencia con la que el hombre, que no alcanza a ver más allá de la bruma de civilización que lo envuelve, ha de recibirlas.

 

La torre de Babel

 “Volvé”, “vení”, “rompé”, “chupá”.Pero eso no es todo; a todas esas revistas o periódicos rioplatenses con pretensiones de alta didáctica infantil (especialmente “EL BILLIKEN”, revista argentina de gran difusión entre los niños) les faltó completar el léxico que con tanto afán, con tantas ansias, pretenden insertar en el incomparable idioma castellano.

En la calle, en los lugares públicos y aún en los hogares, la gente dejada ( que es mayoría y así va el mundo), los que se abandonan incondicionalmente a la corriente del menor esfuerzo, del “dejate estar que la vida es corta” y especialmente los que se solazan en el mal hablar, lo débiles de carácter, puesto que la compostura, los buenos modales y el decoro son cosas que naturalmente estorban, no dicen, por ejemplo “ven para acá” sino  que dicen “vení p’acá”,”vamo p’allá”, no dicen “vamos arriba” sino que dicen “vamo’ arriba”; no dicen “ no molestes” sino que dicen “vos no jorobés” o “no rompás, che” o “andate a….” en fin que los señores de esas publicaciones rioplatenses, porteñas especialmente, se han quedado a mitad de camino; vaya uno a saber por qué inexplicable prurito de vergüenza, no se han decidido a fondo en esa su campaña modificativa del lenguaje.

Si lo que pretenden es introducir el modo de decir vulgar y “facilongo” en todos los rincones del país, fuerza es confesar que lo están haciendo bastante mal, recogiendo lo que a  ellos les parece  pasable y dejando en el tintero, sin embargo, lo más substancioso del habla popular y callejera.

Si a lo que aspiran es también trasladar la costumbre del mal hablar al recinto de las aulas y  al periodismo, que debieran ser esferas rectoras sin posibilidad de contaminación, a oficializar ese sub lenguaje que los pueblos del mundo entero arrastran cada uno a su modo, convengamos en que lo están haciendo mal del todo.

Está en la calle todavía lo más grueso de la jerga parlanchina y el no volcarla toda de una vez a los órganos publicitarios de las realizaciones humanas, es andar a medias, con titubeos, hacia un propósito que la propia corriente populosa, con sus idas y venidas ha de hacer cada vez más inalcanzable.

En la calle se usan muchas expresiones que ellos esconden ¿por qué?; si la vergüenza los frena, ¿cómo  no se sienten apocados tomando de la corriente vulgar una cierta parte, desechando  aquello que, por demasiado “grueso” podría correr el riesgo de no ser aceptado todavía, provocando situaciones escandalosas y por lo mismo definitivas, para esperar malamente que un día pudieran aceptarse también?

¿Quién les autoriza a proceder así?

Choca hasta la repugnancia la lectura de esa páginas de tan mal gusto, saturadas de acentos, con sabor a ordinariez; molesta tanto, que hasta uno mismo con toda  la razón  del mundo y siguiendo el tren a ese modo de decir las cosas tal como ellos lo pretenden, podría inquirirles: “¿Hasta cuándo van a embromar con eso?”,”¿Están locos, están?”. “En mi barrio no hablan así, tienen faltas a bocha, tienen” “¿Por qué decís que me quede quieto?” “Está mal, está. Tenés que decir aguantate piola, ¿no manyás la cosa, no manyás?”

Como verá el lector,  un verdadero estado de indignación, de incontrolable ira me produjo la lectura casual de una de las revistas argentinas destinadas a los niños de aquél país, para colmo, una de las que mayor  pose de seriedad adopta y quizá también una de las de mayor demanda. Pero no solamente  periódicos y revistas sino que hasta teleteatros argentinos divulgados por diferentes canales han tomado para sí la inviolable consigna (no sé si tácita o escrita) de prohibir  cual blasfemia intolerable, el uso del clásico “tú” y “contigo”. El “vos y el “con vos” se han convertido ya en intocables significados de orgullo nacional.

Entre tanto, al pueblo lo que es del pueblo. La humanidad, así lo entendemos todos, claro está, tiene que irse educando. Sin apresuramientos pero acercándose más y más cada vez a ese estadio de perfección al que se anhela llegar por los medios que, equivocados o a corregir, se practican en escuelas, liceos, universidades. Centros culturales, verdaderos templos de moderación, de ritmo, donde todo debiera moverse con estudiado andamiento, desechando con invencible firmeza cualquier intento de filtración que no aportara  auténticas pruebas de digno y decoroso aprovechamiento.

Me figuro, profundamente apenado, el estado de confusión y desánimo que se le debe estar creando al pedagogo rioplatense ante la tentación de estarle enseñando al niño a escribir, por ejemplo, de acuerdo con los cánones aceptados, “ven hacia aquí” o según el ya casi incontenible impulso popular “vení p’acá”.

Total, estamos ya en eso y en la falsa disyuntiva que nos ofrece el modernismo; así, pues, para ayudar a la decisión del maestro en clase recordemos que en pedagogía se ha llegado ya a las etapas de “libre expresión” (mala crianza según Cervantes) en las que el niño expone con libertad más o menos vigilada todos los defectos y mañas de las que su naturaleza es capaz.

Si alguien, acaso, considerara por demás atrevida y exagerada tal afirmación, intente la lectura de algunos escritos de alumnos no ya escolares, sino liceales. Fracasaría ante  la imposible interpretación de algo que no son letras sino signos ilegibles, torcidos, mal hechos, llenos de baches y faltas de ortografía, señal inequívoca de que el actual sistema pedagógico ha perdido el rumbo que sólo la seriedad, la amorosa paciencia y la necesaria aunque bien entendida disciplina, hubieran logrado mantener.

 

 

 

 

 

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